martes, 8 de mayo de 2012

El valor del Silencio

Es difícil considerar el valor del silencio en un tiempo en que fundamentalmente hay ruido en todos los órdenes. Si nos trasladáramos por un bucle del tiempo a otras épocas, habría muchas cosas que nos maravillarían, pero no sería la menor de ellas la de encontrar mundos fundamentalmente en silencio o en todo caso sonidos procedentes de animales, instrumentos artesanos, campanas, voces humanas… El conjunto sería un universo en la penumbra del silencio por las noches y en cuanto nos alejáramos del centro de la villa, nos lo encontraríamos dominando por doquier. El silencio era un componente habitual de la vida.


En nuestro tiempo postindustrial esto no es así. Los ruidos estrepitosos dominan la vida cotidiana así como los motores de todo tipo, maquinaria, música estridente, emisoras de radio y televisión aceleradas donde se emite continuamente malestar y griterío que no apela al raciocinio sino a la visceralidad. Pero el ruido no es sólo una cuestión acústica. Nunca han existido en tal cantidad los mensajes en billones de direcciones continuamente y que abruman la capacidad de equilibrio de los supuestos receptores que no encuentran otro modo de blindarse que la sordera física y psicológica y la indiferencia. ¿Cómo separar en esa brutal algarabía los mensajes importantes de los banales, sobre todo cuando estos son mucho más atractivos visual y auditivamente? El ciudadano medio está saturado de información con el resultado de que opta por cercenar voluntariamente su capacidad receptora y aislarse en su pequeño mundo de diez metros cuadrados intentando volver intuitivamente a un espacio de cierto silencio (relativo) en que no sería asaltado por informaciones no requeridas.


Pienso en mis alumnos de catorce años, con su portátil a cuestas desde el que pueden acceder a la información más relevante y más trivial que existe hoy en el mundo. Pero están, como lo estamos todos, inquietos, alterados… Las clases son ruidosas, les cuesta quince minutos recuperar como mínimo una cierta capacidad de atención, que no es tal porque la sesión es interrumpida continuamente por intervenciones que no suelen venir a cuento. La clase supone desorden mental y el profesor ha de saber encauzar esa energía dispersa y llevarla a algún lado de modo que sea significativa en medio del caos, el azar y el alboroto. No siempre se consigue.

fuente: http://olahjl2.blogspot.com.es/2011/04/el-valor-del-silencio.html

4 comentarios:

  1. El exceso de información es tan grave como la falta de la misma, es curioso que se nos bombardee con información banal a todas horas y luego cuando la noticia es realmente importante se nos intenta esconder...

    Un saludo Jesús.

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    1. Buenos días Guillermo,
      tienes razón, entonces otro día hablaremos sobre las estrategias de manipulación informativa.

      Gracias, llegaste el primero...a quien madruga Dios ayuda ¿no?

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  2. Gracias Jesús, me recuerda el último poema de Graham que traduje ayer, saludos

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    1. Hola Carina,
      son pequeñas reflexiones que ayudan a ir marcando los lindes del Camino.

      Un abrazo

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