Los hay en la religión, en la política, en el arte y desde luego en los deportes.
Los fanáticos son personas que reaccionan con un entusiasmo desmedido y a veces irracional para manifestar su adoración por algún ídolo, que puede ser un cantante de moda, un partido político, una ideología o hasta un equipo de fútbol.
Pero, ¿porqué los llamamos fanáticos? No sabemos a quién se le ocurrió nombrarlos así, pero al conocer los antecedentes, no podemos menos que reconocer lo apropiado del nombre.
Los romanos, que seguro andaban muy necesitados de dioses, y para no gastar tiempo en inventarlos, le echaron el ojo a los dioses griegos y fueron por ellos al Monte Olimpo. Con algunos ajustes a su aspecto y a sus nombres –para taparle el ojo al macho-, formaron su propio catálogo de divinidades para así lograr un apoyo espiritual en su vocación de conquistadores.
“Fanum” era la palabra con la que los romanos designaban a sus templos. Ahí había sacerdotes y sacerdotisas que para darle un toque de misterio a su personalidad, solían aparecer como poseídos e inspirados por los dioses. Por sus gestos, gritos, brincos y actitudes, podían pasar perfectamente por locos. A estos sacerdotes también se les conoció como “fanaticus” de “fanum” como decir “los del templo”. Quedó entonces la idea implícita de que un fanático es el que, para manifestar su idolatría por alguna “divinidad”, lo hace de una manera exagerada e irracional, con una emoción privada de entendimiento.
El fanático de hoy, es el político que hace del poder un dios; y que sin escrúpulos, despotrica contra todo y contra todos con tal de lograr sus objetivos.
El fanático de hoy, es el religioso que haciendo mil aspavientos dice hablar lenguas muertas y tener visiones angelicales; o que se entrega a las sectas manipuladoras llegando al punto del suicidio si así se lo pide su líder espiritual.
El fanático de hoy, también es el/la “fan” del cantante de moda que cuando ve a su ídolo, aunque sea a un kilómetro de distancia, primero grita como marrano en matadero y después da el costalazo desmayado(a) por la emoción.
Y que decir del fanático futbolero que grita, sufre hasta la depresión, goza hasta el éxtasis, se pinta la cara, festeja de manera frenética y es un potencial actor de la violencia colectiva.
Los fanáticos son personas que reaccionan con un entusiasmo desmedido y a veces irracional para manifestar su adoración por algún ídolo, que puede ser un cantante de moda, un partido político, una ideología o hasta un equipo de fútbol.
Pero, ¿porqué los llamamos fanáticos? No sabemos a quién se le ocurrió nombrarlos así, pero al conocer los antecedentes, no podemos menos que reconocer lo apropiado del nombre.
Los romanos, que seguro andaban muy necesitados de dioses, y para no gastar tiempo en inventarlos, le echaron el ojo a los dioses griegos y fueron por ellos al Monte Olimpo. Con algunos ajustes a su aspecto y a sus nombres –para taparle el ojo al macho-, formaron su propio catálogo de divinidades para así lograr un apoyo espiritual en su vocación de conquistadores.
“Fanum” era la palabra con la que los romanos designaban a sus templos. Ahí había sacerdotes y sacerdotisas que para darle un toque de misterio a su personalidad, solían aparecer como poseídos e inspirados por los dioses. Por sus gestos, gritos, brincos y actitudes, podían pasar perfectamente por locos. A estos sacerdotes también se les conoció como “fanaticus” de “fanum” como decir “los del templo”. Quedó entonces la idea implícita de que un fanático es el que, para manifestar su idolatría por alguna “divinidad”, lo hace de una manera exagerada e irracional, con una emoción privada de entendimiento.
El fanático de hoy, es el político que hace del poder un dios; y que sin escrúpulos, despotrica contra todo y contra todos con tal de lograr sus objetivos.
El fanático de hoy, es el religioso que haciendo mil aspavientos dice hablar lenguas muertas y tener visiones angelicales; o que se entrega a las sectas manipuladoras llegando al punto del suicidio si así se lo pide su líder espiritual.
El fanático de hoy, también es el/la “fan” del cantante de moda que cuando ve a su ídolo, aunque sea a un kilómetro de distancia, primero grita como marrano en matadero y después da el costalazo desmayado(a) por la emoción.
Y que decir del fanático futbolero que grita, sufre hasta la depresión, goza hasta el éxtasis, se pinta la cara, festeja de manera frenética y es un potencial actor de la violencia colectiva.
Los dioses romanos se desmoronaron y el viento del tiempo los desvaneció; ahora sólo son tema para las clases de historia. No así los fanáticos que han sido inmunes al paso de los siglos, y si los dioses antiguos ya no están disponibles, nada más fácil que inventar los que hagan falta.
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El fanatismo consiste en redoblar el esfuerzo cuando has olvidado el fin.
(Jorge Santayana)
Gracias Jesús, no me puedo imaginar a un verdadero aikidoka siendo fanático, excepto por el Aikido claro:)
ResponderEliminarsaludos
Carina
Hola Carina!!! está bien el matiz de "verdaderos aikidokas" porque ya sabes que en la Familia AIki ( y otras AAMM) siempre hay personajes que defienden a capa y espada que su "Aikido o lo que sea lava más blanco"...
ResponderEliminarYa, mira justo ayer lo comenté en un artículo que publicó Stanley Pranin in Aikido Journal "Porqué el mundo del Aikido no se puede unir?"http://blog.aikidojournal.com/2011/12/11/why-cant-the-aikido-world-get-together-by-stanley-pranin/, demasiado ego, creemos que nosotros tenemos la razón y el nuestro es el camino correcto y el dinero es el que mueve nuestras acciones, más que desarollar la extraordinaria visión que tuvo el fundador de lo que podría ser el aikido.
ResponderEliminarGracias por la referencia del enlace.
ResponderEliminarRespecto al tema de los "mandamases" y lo que "aspiran a serlo" me recuerda este párrafo del Aprendiz de Cortesano:
"...No faltan quienes se creen tocados del dedo de Dios. Y otros se reputan infalibles (y perdón por este otro verbo). Con lo cual, al cabo de unos meses, el cuerdo se ha vuelto loco; el humilde, engreído; el manso, presuntuoso; el pacífico, guerrero; el devoto, desalmado; y el honrado, sinvergüenza. Tal es, querido sobrino, la prodigiosa mudanza que el poder obra en los hombres...."